martes, 13 de mayo de 2025

 ANTONIO MACHADO Y URIEL

¿Acaso importa el día en que nace el arte?

Antonio Machado llegó a las Puertas del cielo cuando el sol ya se alzaba por el mediodía. Intrigado e ilusionado a la vez, sin temor a los que pudiera encontrar y sin pena por lo que dejaba atrás, avanzó con decisión hasta las grandes puertas hechas con nubes brillantes y limpias, y se detuvo frente al impetuoso e impoluto ángel que las custodiaba. -Antonio Cipriano José María Machado Ruíz –dijo Uriel con una media sonrisa –bienvenido al cielo. Sé que lo tienes bien merecido.

-Eres Uriel, ¿Verdad? –preguntó Machado, más por asegurarse que por duda hacia su interlocutor. 

El aludido asintió.  -Has tenido una vida muy inspiradora, según ha llegado a mis oídos, Antonio, y, sin duda, has ganado tu pase hasta el cielo. Pero, me gustaría oír  tu viaje por la vida de tus propios labios, si no te importa. –dijo Uriel.

Antonio Machado sonrió y asintió.

Escucha bien, Uriel, porque esta es mi historia, y comienza y acaba con los soles de mi infancia.

-Nací a las cuatro y media de la madrugada del 26 de julio de 1875, en la onomástica de mi madre –comenzó Antonio Machado – y en Sevilla. Fui el segundo hermano de los ocho que tuvo mi madre a lo largo de su vida, aunque no todos sobrevivieron hasta alcanzar la elevada edad que yo he alcanzado. Once meses antes de mi nacimiento, mi madre había dado a luz a mi hermano mayor, Manuel, que ha sido mi compañero en muchas de mis pasajes.

La familia de mi madre poseía una confitería en el barrio de Triana, y mi padre, era abogado, periodista e investigador. En 1883, gracias a mi abuelo, mi familia se trasladó a Madrid, la capital, con la intención de que nosotros tuviéramos acceso a los métodos pedagógicos de la Institución Libre de la Enseñanza. El 16 de mayo de 1889, asistí al instituto San Isidro, donde la Institución estaba entonces colegiada. Allí, en junio, aprobé Geografía, pero suspendía latín y castellano, y mi expediente fue adjudicado al instituto Cardenal Cisneros para el curso 889-890.

Entre tanto, la economía de nuestra familia, que ya de por sí era bastante apretada, alcanzó un nivel altamente crítico, y mi padre tuvo que aceptar un trabajo de abogado en San Juan de Puerto Rico donde, en lugar de ganar dinero para subsanar la crisis de nuestra familia, sufrió una tuberculosis que acabó con su vida el 4 de febrero de 1893.

En 1895, aún no había finalizado el bachillerato, y la muerte de mi abuelo golpeó a nuestra familia con la fuerza de una crisis económica aún peor, ya que los hombres que trabajaban habían muerto y ya nadie llevaba ingresos a nuestra familia.

-¿Cómo seguisteis adelante? –preguntó interesado Uriel, agitando las alas de ángel con emoción. –

Mis hermanos y yo, más unidos que nunca, nos dejamos estimular por la vida pública de la mayoría de los intelectuales de la época, y de ahí conseguimos pequeños empleos para subsanar la crisis que sufríamos.  En junio de 1899, viajé a París, donde ya me esperaba mi hermano Manuel, y comenzamos a trabajar para la editorial Garnier, donde conocimos a figuras de la literatura y el teatro de la época, como a Enrique Gómez Carrillo o a Pío Baroja.

En abril de 1902, hice con Manuel mi segundo viaje a París, donde nos reencontramos con Joaquín, otro hermano mío, que nos relató al abrigo de la noche su terrible experiencia en América. El 1 de agosto de ese mismo año regresé con él a España.

Entre 1903 y 1908, colaboré en diversas revistas literarias, y de esta forma conseguí publicar algunos de mis poemas y en 1907 conseguí publicar un libro entero lleno sólo con mis poemas.

También en 1907, en Soria, conocí a mi verdadero amor, Leonor, a quien, si te soy sincero, Uriel, echo muchísimo de menos.

Uriel, quien había desenvainado su espada y se apoyaba en ella manteniendo el equilibrio con sus alas, esbozó una sonrisa traviesa, pero se mantuvo callado a la espera del resto de la historia.

 -En fin –continuó Antonio Machado –El 30 de julio de 1909, en la iglesia de Santa María la Mayor de Soria, me casé con Leonor. Deberías haber estado, Uriel, de verdad, pues fue el día más feliz de mi vida. –El ángel no se movió –Leonor se entusiasmó con mi trabajo, y allá estuvo apoyándome cuando las ideas no afloraban en mi mente. En diciembre de 1910, Leonor y yo viajamos de nuevo a París para que yo pudiera perfeccionar mis conocimientos sobre francés, y allí un año pasamos viviendo los dos juntos. Pero toda la felicidad que me había regalado mi esposa terminó en 1911, cuando, presa de la misma enfermedad que mi padre, Leonor cayó enferma y tuvo que ser ingresada justo antes de nuestra partida hacia Bretaña de vacaciones. Los médicos, impotentes, nos recomendaron que volviésemos de vuelta a Soria, con la esperanza de que allí mejorara, pero la enfermedad se negó a abandonar a mi amor y la muerte acabó por llevársela el 1 de agosto de 1912. Yo, roto de dolor y desesperación, solicité el traslado hasta Madrid, pero el único destino posible era Baeza, y allí pasé los siguientes siete años, sumido en la pena más que en la propia vida, dedicándome a la enseñanza de Gramática Francesa en la Universidad Baezana. Para salir de Baeza, me vi obligado a estudiar por libre, entre 1915 y 1918, la carrera de Filosofía y Letras. Con este nuevo título, solicité el traslado a Segovia, y al fin me lo concedieron, abandonando Baeza el otoño de 1919. Se me olvidaba mencionar que conocí en 1916 a Federico García Lorca, un apasionado poeta con tanatofobia.   Llegué a Segovia el 26 de noviembre de 1919, donde fundé la Universidad Popular Segoviana. También ejercí de vicedirector en el instituto general y técnico de la ciudad durante varios años. En 1927, fui elegido miembro de la Real Academia Española, pero nunca llegué a tomar posesión de mi sillón. El 14 de abril de 1931, se proclamó la Segunda República Española, y fui requerido para izar la bandera tricolor en el balcón del ayuntamiento. Jamás llegué a sospechar que tal proclamación pudiera ser la responsable de tanto dolor que se desató años más tarde.

Uriel resopló, pues recordaba la cantidad de almas inocentes que se habían presentado ante sus puertas en aquellos “Años más tarde”.

-Y entonces, en 1936, el horror se desató en Madrid, y se extendió por toda España, causando destrucción y dolor por doquier. La Guerra Civil Española había comenzado. Cuando la guerra comenzó, se inició también un plan de evacuación para una serie de escritores y artistas. Se presentaron en mi puerta mis colegas Rafael Alberti y León Felipe, que me incitaron con urgencia a marchar. Yo me negué en un principio, y fue al fin la presencia de mi madre en compañía de mis hermanos Joaquín y José la que me hizo recoger mis cosas y partir de mi amada ciudad.

El 22 de enero de 1939, ante la inminente ocupación de la ciudad por parte del bando sublevado, abandonamos Barcelona, último territorio español. Y, al fin, hoy, a las cuatro de la tarde del 22 de febrero de 1939, yo, Antonio Machado, he muerto de neumonía junto a mi madre.

Uriel sonrió y envainó su espada batiendo las alas con satisfacción. Gracias, Antonio Machado, por esta historia tan emotiva –dijo mientras, a su espalda, las puertas del cielo se abrieron para mostrarle el reino de Dios. 

–Leonor te está esperando.  

DIEGO PEÑA OSTOS, 2ºB

          Marzo 2025


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