ANTONIO MACHADO Y URIEL
¿Acaso importa el día
en que nace el arte?
Antonio Machado llegó a las
Puertas del cielo cuando el sol ya se alzaba por el mediodía. Intrigado e
ilusionado a la vez, sin temor a los que pudiera encontrar y sin pena por lo
que dejaba atrás, avanzó con decisión hasta las grandes puertas hechas con nubes
brillantes y limpias, y se detuvo frente al impetuoso e impoluto ángel que las
custodiaba. -Antonio Cipriano José María Machado Ruíz –dijo Uriel con una media
sonrisa –bienvenido al cielo. Sé que lo tienes bien merecido.
-Eres Uriel, ¿Verdad? –preguntó
Machado, más por asegurarse que por duda hacia su interlocutor.
El aludido asintió. -Has tenido una vida muy inspiradora, según
ha llegado a mis oídos, Antonio, y, sin duda, has ganado tu pase hasta el
cielo. Pero, me gustaría oír tu viaje por
la vida de tus propios labios, si no te importa. –dijo Uriel.
Antonio Machado sonrió y asintió.
Escucha bien, Uriel, porque esta
es mi historia, y comienza y acaba con los soles de mi infancia.
-Nací a las cuatro y media de la
madrugada del 26 de julio de 1875, en la onomástica de mi madre –comenzó
Antonio Machado – y en Sevilla. Fui el segundo hermano de los ocho que tuvo mi
madre a lo largo de su vida, aunque no todos sobrevivieron hasta alcanzar la
elevada edad que yo he alcanzado. Once meses antes de mi nacimiento, mi madre
había dado a luz a mi hermano mayor, Manuel, que ha sido mi compañero en muchas
de mis pasajes.
La familia de mi madre poseía una
confitería en el barrio de Triana, y mi padre, era abogado, periodista e
investigador. En 1883, gracias a mi abuelo, mi familia se trasladó a Madrid, la
capital, con la intención de que nosotros tuviéramos acceso a los métodos
pedagógicos de la Institución Libre de la Enseñanza. El 16 de mayo de 1889,
asistí al instituto San Isidro, donde la Institución estaba entonces colegiada.
Allí, en junio, aprobé Geografía, pero suspendía latín y castellano, y mi
expediente fue adjudicado al instituto Cardenal Cisneros para el curso 889-890.
Entre tanto, la economía de
nuestra familia, que ya de por sí era bastante apretada, alcanzó un nivel
altamente crítico, y mi padre tuvo que aceptar un trabajo de abogado en San
Juan de Puerto Rico donde, en lugar de ganar dinero para subsanar la crisis de
nuestra familia, sufrió una tuberculosis que acabó con su vida el 4 de febrero
de 1893.
En 1895, aún no había finalizado
el bachillerato, y la muerte de mi abuelo golpeó a nuestra familia con la
fuerza de una crisis económica aún peor, ya que los hombres que trabajaban
habían muerto y ya nadie llevaba ingresos a nuestra familia.
-¿Cómo seguisteis adelante?
–preguntó interesado Uriel, agitando las alas de ángel con emoción. –
Mis hermanos y yo, más unidos que
nunca, nos dejamos estimular por la vida pública de la mayoría de los
intelectuales de la época, y de ahí conseguimos pequeños empleos para subsanar
la crisis que sufríamos. En junio de
1899, viajé a París, donde ya me esperaba mi hermano Manuel, y comenzamos a
trabajar para la editorial Garnier, donde conocimos a figuras de la literatura
y el teatro de la época, como a Enrique Gómez Carrillo o a Pío Baroja.
En abril de 1902, hice con Manuel
mi segundo viaje a París, donde nos reencontramos con Joaquín, otro hermano
mío, que nos relató al abrigo de la noche su terrible experiencia en América.
El 1 de agosto de ese mismo año regresé con él a España.
Entre 1903 y 1908, colaboré en
diversas revistas literarias, y de esta forma conseguí publicar algunos de mis
poemas y en 1907 conseguí publicar un libro entero lleno sólo con mis poemas.
También en 1907, en Soria, conocí
a mi verdadero amor, Leonor, a quien, si te soy sincero, Uriel, echo muchísimo
de menos.
Uriel, quien había desenvainado
su espada y se apoyaba en ella manteniendo el equilibrio con sus alas, esbozó
una sonrisa traviesa, pero se mantuvo callado a la espera del resto de la
historia.
-En fin –continuó Antonio Machado –El 30 de
julio de 1909, en la iglesia de Santa María la Mayor de Soria, me casé con
Leonor. Deberías haber estado, Uriel, de verdad, pues fue el día más feliz de
mi vida. –El ángel no se movió –Leonor se entusiasmó con mi trabajo, y allá
estuvo apoyándome cuando las ideas no afloraban en mi mente. En diciembre de
1910, Leonor y yo viajamos de nuevo a París para que yo pudiera perfeccionar
mis conocimientos sobre francés, y allí un año pasamos viviendo los dos juntos.
Pero toda la felicidad que me había regalado mi esposa terminó en 1911, cuando,
presa de la misma enfermedad que mi padre, Leonor cayó enferma y tuvo que ser
ingresada justo antes de nuestra partida hacia Bretaña de vacaciones. Los
médicos, impotentes, nos recomendaron que volviésemos de vuelta a Soria, con la
esperanza de que allí mejorara, pero la enfermedad se negó a abandonar a mi
amor y la muerte acabó por llevársela el 1 de agosto de 1912. Yo, roto de dolor
y desesperación, solicité el traslado hasta Madrid, pero el único destino
posible era Baeza, y allí pasé los siguientes siete años, sumido en la pena más
que en la propia vida, dedicándome a la enseñanza de Gramática Francesa en la
Universidad Baezana. Para salir de Baeza, me vi obligado a estudiar por libre,
entre 1915 y 1918, la carrera de Filosofía y Letras. Con este nuevo título,
solicité el traslado a Segovia, y al fin me lo concedieron, abandonando Baeza
el otoño de 1919. Se me olvidaba mencionar que conocí en 1916 a Federico García
Lorca, un apasionado poeta con tanatofobia.
Llegué a Segovia el 26 de noviembre de 1919, donde fundé la Universidad
Popular Segoviana. También ejercí de vicedirector en el instituto general y
técnico de la ciudad durante varios años. En 1927, fui elegido miembro de la
Real Academia Española, pero nunca llegué a tomar posesión de mi sillón. El 14
de abril de 1931, se proclamó la Segunda República Española, y fui requerido
para izar la bandera tricolor en el balcón del ayuntamiento. Jamás llegué a
sospechar que tal proclamación pudiera ser la responsable de tanto dolor que se
desató años más tarde.
Uriel resopló, pues recordaba la
cantidad de almas inocentes que se habían presentado ante sus puertas en
aquellos “Años más tarde”.
-Y entonces, en 1936, el horror
se desató en Madrid, y se extendió por toda España, causando destrucción y
dolor por doquier. La Guerra Civil Española había comenzado. Cuando la guerra
comenzó, se inició también un plan de evacuación para una serie de escritores y
artistas. Se presentaron en mi puerta mis colegas Rafael Alberti y León Felipe,
que me incitaron con urgencia a marchar. Yo me negué en un principio, y fue al
fin la presencia de mi madre en compañía de mis hermanos Joaquín y José la que
me hizo recoger mis cosas y partir de mi amada ciudad.
El 22 de enero de 1939, ante la
inminente ocupación de la ciudad por parte del bando sublevado, abandonamos
Barcelona, último territorio español. Y, al fin, hoy, a las cuatro de la tarde
del 22 de febrero de 1939, yo, Antonio Machado, he muerto de neumonía junto a
mi madre.
Uriel sonrió y envainó su espada batiendo
las alas con satisfacción. Gracias, Antonio Machado, por esta historia tan
emotiva –dijo mientras, a su espalda, las puertas del cielo se abrieron
para mostrarle el reino de Dios.
–Leonor te está esperando.
DIEGO PEÑA OSTOS, 2ºB
Marzo 2025
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